Dolor social: el rechazo duele




El dolor es una función adaptativa que nos protege de peligros y daños graves activando una respuesta corporal de retirada para preservar nuestra integridad física, como por ejemplo cuando nos acercamos demasiado al fuego. 
  Sin embargo el dolor no se limita a las sensaciones físicas, sino que va más allá. Debido a que solemos vivir como grupo, desde la familia, la escuela, amigos, trabajo, etc., es natural que desarrollar habilidades de interacción sea básico y parte de esas características gregarias nos hacen elegir entre los miembros que conformaran nuestro grupo, resultando en relaciones de aceptación pero también de rechazo y segregación para los que no son admitidos, ocasionado en ellos un tipo de dolor que no implica lesiones físicas, sino que se trata de dolor social. 
  Este tipo de dolor se experimenta cuando por ejemplo no te eligen para jugar con otros niños o somos ignorados cuando queremos hablar con alguien, incluyendo percepciones de rechazo, exclusión, o cualquier indicación que señale que se es poco importante o poco valorado por aquellos que se consideran como relaciones importantes. En fin que la lista es interminable y sin embargo es tu tema bastante desconocido. 
  A grandes rasgos, como seres sociales poseemos tres necesidades básicas:
  1. Necesidad de autonomía: aunque suene paradójico tratándose de socializar, la realidad es que requerimos sentir cierto grado de control sobre nuestras acciones y decisiones para sentirnos seguros; el no poder ejercer esta independencia produce impotencia, vergüenza e humillación de una forma muy similar a las que padecen las personas con dolor crónico. 
  2. Necesidad de pertenencia: ser parte de un grupo es una habilidad importante como seres humanos, se ha asociado a nuestra supervivencia pero también nos protege del estrés, la ansiedad y la depresión; en cambio el rechazo provoca efectos nocivos acentuando problemas de salud existentes y provocando problemas cardiovasculares, gastrointestinales, migrañas, etc. 
  3. Necesidad de justicia: esto tiene que ver con la seguridad que nos produce vivir en un ambiente en donde existe cooperación, altruismo y confianza. En cambio cuando sufrimos de injusticia se produce dolor al generar impotencia, hostilidad y culpa haciendo que sintamos que las pérdidas que sufrimos son irreparables.


  Lo más importante de todo esto es que nuevos estudios demuestran que el dolor social es completamente real ya que activa las mismas áreas cerebrales que el dolor físico y no solo eso sino que modifica nuestro cerebro y el funcionamiento de nuestro sistema nervioso teniendo efectos tangibles en la capacidad de concentración, organización, aprendizaje, toma de decisiones, comportamientos, percepción emocional, sentimientos y la forma en que pensamos, alcanzando estadios prolongados muy similares a los que padecen personas con dolor crónico. 

  El rechazo duele y por eso debemos ser cuidadosos en cómo nos relacionamos con los demás para no sufrir, ni ocasionar dolor social en la medida de lo posible.


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